Uruguayos en el exterior
Fabricio Domínguez reavivó la llama de Maracaná

De vez en cuando, cada cierto tiempo, un uruguayo hace una locura en Maracaná y rememora la mayor hazaña futbolística de todos los tiempos
Fabricio era un niño talentoso, destacaba en su club de baby fútbol. Un día, en una final que se definía desde los once metros, tuvo la mala suerte de errar su tiro. Pese a ello, su equipo terminó ganando. Todos fueron a festejar, menos él. En lugar de celebrar, se marchó con su padre a otra cancha a practicar penales hasta avanzadas horas de la madrugada.
Esta pequeña anécdota en realidad define una personalidad que lo llevó a asumir la responsabilidad del quinto penal en su tercer partido como profesional en Racing. En octavos de final de Copa Libertadores y contra el vigente campeón Flamengo en Maracaná. Para colmo, tras haber malogrado uno en su debut hace dos semanas ante Atlético Tucumán.
Pose erguida. Brazos en jarra denotando comportamiendo hostil, agresividad contenida. Mirada desafiante a Diego Alves, atajapenales por excelencia. Carrera corta, apenas cuatro pasos. Y derechazo potente al ángulo, como mandan los libros de historia de este bello deporte, para darle la clasificación a cuartos de final a la Academia contra todo pronóstico.
Solo transcurrieron algunos segundos en la escena antes descrita, aunque estoy convencido de que se le pasó toda su vida por la cabeza antes de que su zapato derecho impactara contra la pelota. No era para menos, dada la magnitud de las circunstancias y el cambio que dio su carrera en los últimos tiempos.
De manera inesperada, insospechada y sorpresiva, anoche Fabricio Domínguez reavivó la llama de Maracaná. La emoción del festejo, de rodillas llorando y mirando al cielo, tenía una explicación. Su papá, el mayor apoyo de su carrera deportiva, ya no está de manera física. Pero seguro que apretó fuerte el puño desde arriba cuando su hijo convirtió.
Nacido en Montevideo, Fabri jugó un tiempo en Nacional antes de llegar a las inferiores en Racing. En 2019 se fue cedido a Tigre. Con el Matador disputó doce partidos, su primera experiencia como profesional, entre ellos algunos de Copa Libertadores. Este año volvió a su club de origen, y en las últimas semanas empezó a ser considerado por Sebastián Beccacece.
Resistió fuera de posición ante uno de los mejores conjuntos del continente
La particularidad es que lo hizo como lateral derecho, un puesto que no estaba acostumbrado a desempeñar. En realidad, siempre fue centrocampista. No se notó ese cambio, y en su segundo encuentro como titular, contra Flamengo en el Cilindro, dio la asistencia del gol a Héctor Fértoli.
Era una gran manera de empezar, aunque lo que no sabía Fabricio Domínguez todavía era lo que le esperaba en la vuelta. En Maracaná jugó algo más adelantado, aunque también por derecha y con clara responsabilidad defensiva. Le tocó enfrentarse a Filipe Luis, Giorgian De Arrascaeta, Bruno Henrique y compañía por esa banda. Y resistió.
Racing ganaba y se clasificaba a la próxima ronda de la máxima competición continental, pero un cabezazo de William Arão en el minuto 93 mandaba la serie a los once metros. Tras un esfuerzo titánico, parecía que todo se derrumbaba. Estaban a diez penales de dar la campanada o de morir de la forma más cruel posible.
Consciente, o no, de la herencia uruguaya en ese suelo fértil, Fabricio Domínguez sería el encargado de tirar el último penal. Gran obligación, sin lugar a dudas. Con solo 242 minutos disputados con la camiseta de Racing, no tuvo miedo en asumir el riesgo de convertirse en villano. Quizás porque sabía como suelen terminar las historias de charrúas en Maracaná.
Como dice una de las estrofas más populares del himno nacional, supo cumplir. Sin querer, un jugador hasta hace poco desconocido para sus compatriotas volvió a enorgullecer a los charrúas con ese golpe de autoridad en un estadio al que sentimos como propio desde aquella galopada de Alcides Ghiggia.
Su buen rendimiento en el lateral derecho, el puesto más necesitado de la Celeste, lo pone en la órbita de todos. Es de repente una nueva esperanza. Y como se acostumbra en Uruguay, floreció en el mítico Estádio Jornalista Mário Filho. Ni él se lo podía imaginar, pero el destino se lo debía.
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